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nuevos modelos y recursos tecnolÓgicos en la prÁctica docente

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Por Javier Carlo

Javier Carlo

 

Uno de los axiomas de la teoría de la comunicación humana (Watzlawick, P., Bavelas, J. B., & Jackson, D. D., 1974) señala que la comunicación es un acto obligado y que a partir de este hecho el ser humano, recién nace, empieza a socializar y –en consecuencia– a aprender. Una persona suele conocer el mundo a través de lo que sus grupos de influencia le informan y le enseñan, desde el seno familiar hasta al ámbito laboral, y esta es una circunstancia que no habrá de cesar a lo largo de su vida; en este sentido, podemos afirmar que somos –en buena medida– el resultado de nuestras interacciones y el aprendizaje que de ellas se deriva.

La escuela, al ser un grupo de influencia, brinda a la persona la mayor cantidad de información de carácter formal que ésta empleará en sus distintas facetas, encauza su aprendizaje y le transmite el conjunto básico de normas, códigos y procedimientos que ha de seguir para integrarse socialmente y relacionarse de forma adecuada con otros. Pero pese a su función, pocas veces nos detenemos a reflexionar acerca de los modelos que una institución educativa instaura para llevar a cabo el proceso de enseñanza aprendizaje, así como de los medios que implanta para efectuar dicho proceso.

Hoy por hoy, las universidades le estamos apostando cada vez más a los modelos constructivistas y basados en competencias para formar profesionales íntegros, competitivos, que respondan a las necesidades de sus comunidades, lo cual no implica una mala apuesta; sin embargo, no todas estamos deteniéndonos a comprender estos modelos a profundidad, ni los medios que hemos de utilizar para implantarlos con éxito, situación que hace que nuestra apuesta pierda valor. Así, el proceso de enseñanza aprendizaje adquiere nuevos tintes y ahora se presume por ser colaborativo y estar centrado en la experiencia, pero también habría de estar respaldado por aquellos medios y fuentes de información que mejor se adecuen a los procesos cognitivos de los estudiantes y enriquezcan su crecimiento.

Las generaciones han cambiado, así como su consumo de medios y la manera que tienen de entender el mundo: cada vez más rápido, más volátil y sin que necesariamente haya un propósito claro para hacer una reflexión acerca de él; así, el aprendizaje a los ojos de un estudiante promedio, corre el riesgo de ser una recopilación de datos sin mucho sentido, o bien, de generar experiencias sumamente significativas que le permitan hacer proyecciones sobre sus propios intereses y dar valor a su vida. Una vez más, la clave reside en la comprensión del modelo de enseñanza aprendizaje, la selección de medios y no menos importante, la dinámica que propicie el docente al hacer que el estudiante transite por todas sus realidades posibles –de la realidad física a la realidad virtual–, discrimine la información obtenida en las clases, desarrolle una propuesta y logre afianzarla en la esfera social, donde encuentre eco; esto es, que verifique la utilidad que puede tener su propio aprendizaje.

En efecto, nuestros estudiantes ya no son estudiantes de dictado, ni de pizarrón verde y gis; ni los medios a nuestro alcance se limitan sólo a la presencia física, ni al salón de clases. En consecuencia, los docentes ya no podemos seguir siendo los mismos. El auge tecnológico, al menos esta primera década del siglo XXI, ha traído como consecuencia la consolidación de Internet como el estándar para el intercambio de información a nivel mundial, así como la convergencia de los medios impresos, audiovisuales y digitales, y la aparición de un sinfín de dispositivos móviles –comúnmente denominados gadgets– y aplicaciones –widgets– que cada día son de mayor acceso y son útiles para el desarrollo de más actividades; entre ellas, la educación. Situación que –en definitiva– no es ajena a los estudiantes y no tendría por qué serla a los docentes.

Así pues, contamos con nuevos modelos de enseñanza aprendizaje y con una gama de medios que bien se comportan no sólo como extensiones de la presencia del docente y de la práctica académica en el aula, sino que rompen con la percepción habitual que tenemos del tiempo, el espacio y el sentido de la realidad; así mismo, favorecen nuevas formas de interacción humana, un mayor intercambio de información e –incluso– la simulación de escenarios donde es posible generar experiencias tan vívidas como en la dimensión física. Lo cual representa, sin duda alguna, un campo fértil para la experimentación docente.

Algunas plataformas orientadas de manera particular a la práctica académica, tales como Moodle, Blackboard y Planearth, ya ofrecen un buen pool de recursos para que los docentes aprovechemos las bondades de la convergencia multimedia y hagamos de nuestras clases espacios constructivos de aprendizaje, espacios –sino vanguardistas– apegados al nuevo contexto tecnológico. Plataformas que –con todo– permiten su vinculación con las herramientas y aplicaciones más populares de Internet. Sin embargo, una vez más, la disyuntiva no recae –propiamente– en los modelos ni en los medios que respaldan el proceso de aprendizaje, sino en el desconocimiento y la resistencia que suelen manifestar los docentes respecto al uso de estos recursos; pese a que muchos de ellos se declaran seguidores del aprendizaje colaborativo, no obstante, apegado –de forma inocua– a un patrón presencial de enseñanza.

En este sentido, uno de los propósitos que habría de apremiar a las universidades es la actualización de su planta docente en cuanto al uso de las nuevas tecnologías aplicadas a la educación, no con el propósito de relajar el proceso de enseñanza aprendizaje ni traspolarlo por completo a Internet, o competir contra éste, sino de robustecer la práctica académica y generar verdaderas experiencias de aprendizaje: significativas para las nuevas generaciones. Es hora de emplear las plataformas académicas, de perder el miedo a Google y reconocer las posibilidades colaborativas que existen en los blogs, los canales de video, las redes sociales y la amplia gama de recursos que en la actualidad se halla en Internet, a un click de distancia, sólo baste decidirse. De lo contrario, tampoco habrá de pasar mucho tiempo antes de que las nuevas generaciones de docentes así lo hagan.

¿Por qué no pensar en el hecho de enriquecer nuestra práctica académica haciendo uso de los portales web y los tutoriales en línea, abriendo listas de reproducción en YouTube, generando réplicas vía Twitter y comentado las experiencias de aprendizaje en Facebook? Quizá porque nos cuesta derribar, entre otras cosas, el paradigma conductista que –a fin de cuentas– sigue prevaleciendo en nuestro desempeño como docentes, y al cual no todas las universidades están dispuestas a renunciar.

 


Javier Carlo
Maestro en Comunicación por parte de la Universidad Internacional de Andalucía (UIA), España, y es Licenciado en Ciencias de la Comunicación egresado del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), México. En la actualidad, cursa la Maestría en Administración de Tecnologías de Información, en la Universidad Virtual del Sistema ITESM. Profesor del departamento de Comunicación y Arte Digital del Tecnológico de Monterrey, Campus Estado de México, y profesor del postgrado en Gestión e Innovación Educativa de la Universidad Motolinía del Pedregal.

 


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